Eran hombres de manos severas
talladas por el trabajo y el brandy,
mujeres de rostros negros
como estatuas de marfil africano
-una sopa escuálida ascendía hasta
sus labios y allí moría sin prisa-
aquellos rostros arcaicos que emergían
ahora
ante ojos desconocidos
sabedores de la ciencia de la muerte
de cómo se lleva estación tras
estación
sus frutos maduros
y los aniquila bajo los almendros
florecientes
aquellos ojos como pozos que entendían
mucho mejor que nosotros qué es la
pobreza
y la pasión sin esperanza
eran en realidad parientes míos,
tuyos,
carne de tu carne y sin embargo
nada más lejano que este funeral
vacío,
estas arrugas de mujeres desoladas
que aprietan sus manos contra el
crucifijo
y ahora te indican el camino:
'carga el féretro'
te dicen
-es la tradición-
y entonces tú debes acercarte
a aquel rostro blanco como la nieve,
vacío como la nieve,
y arrimar tu hombro para cargarlo
mientras afuera comienzan a florecer
los almendros
y la primavera se despierta
como si esta orgía de luz
no conociera la piedad,
no conociera la misericordia.
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