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Podríamos definir la
poesía- según estas indagaciones- como la creación de artefactos
sintéticos de la experiencia, y entonces definimos la experiencia
como un todo ya dado y no ordenado estructurado simbólica y
sensitivamente; frente a ello, la filosofía tradicional consistiría
en la creación de artefactos -sistemas- estructurados sobre
artefactos más pequeños -conceptos- dados como órganos
configuradores de la experiencia (analíticos). En el análisis,
diferenciación y configuración de la experiencia procedente del
mundo material, se elabora un sistema diferenciado y estructurado en
base al concepto como unidad mínima, y al discurso resultante de
todo ello lo llamamos discurso filosófico.
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La
actitud ante lo real sería el presupuesto subjetivo, el
correlato subjetivo de la relación en la que se produce el
conocimiento. (Hablamos siempre del conocimiento como de una
relación). La actitud sería la determinación -subjetiva- que
indica desde el principio el modo en el que se accede al
conocimiento. Por tanto, la actitud ante lo real es ya siempre una
actitud epistemológica, o, si se quiere, una actitud que lleva en sí
una toma de posición epistemológica, una comprensión determinada
del ser epistemológico y una preferencia o posición frente a
él. Según lo dicho, la actitud del ser poético ante lo real no
debería ser la de la interrogación filosófica, ni la de la
respuesta a un enigma, sino la de una síntesis del conocimiento como
algo ya dado, como un dato completo por sí mismo. Si la filosofía-
siempre tradicionalmente entendida, como discurso que inaugura la
filosofía griega hasta el propio de la modernidad- accede ya siempre
a un mundo incompleto, determinado por el ser interrogativo
-incompletud necesaria y a la vez fundamental para la erección del
sistema- respuesta propio de la filosofía y del sistema filosófico-
la poesía accedería al sustrato de experiencia implícito en el
dato de un mundo ya siempre dado- o, si se quiere, a la experiencia
del mundo en tanto que sustrato de experiencia- y de ahí su
naturaleza sintética. Ahora bien, ello es independiente de la
naturaleza problemática del mundo; el hecho de que la poesía se
relacione con el mundo como con un dato ya siempre dado, no nos dice
nada acerca de la naturaleza ontológica de ese dato; más bien, la
poesía asumirá la totalidad de la experiencia dada en el mundo como
un dato de naturaleza filosófica problemática, que es lo mismo que
decir no resuelta desde el punto de vista filosófico. Pues la
síntesis no se ocupa de la resolución del mundo desde una
perspectiva filosófica. Por ello, el dato total de la experiencia
puede afrontarse como una experiencia incompleta y no solucionada
desde un punto de vista estrictamente filosófico, pero como una
experiencia en cierto modo unitaria y completa- exenta del enigma en
cuanto exenta de la voluntad por resolver un enigma- desde el punto
de vista sintético de la experiencia poética.
6
Razón
filosófica y razón poética son, pues, sujetos de una relación.
Como tal, lo real – en sentido amplio- no es sino el producto
distributivo de esa relación. Por tanto, el objeto pasivo de esa
relación (la materia o lo “real primario”) no es exactamente lo
real en su totalidad. Es en el modo de relacionarse con esa materia
primaria de la realidad que se distinguirían las naturalezas propias
de la razón poética y filosófica. Ambas son, por tanto, forma,
y ambas requieren un discurso de segundo orden frente a la
realidad primaria. (Introducción de esquema).
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Solo
el silencio puede mantener una relación productiva con la materia
primaria, que ahora llamaremos materia absoluta. Es por ello
que toda razón (poética, filosófica, etc.) siempre se relaciona
con una materia ya siempre intervenida de alguna manera por la razón,
por el símbolo. A su vez, toda razón está intervenida siempre por
la materia, lo que verifica que el mejor método para acercarse a
estas relaciones nos lo ofrece el método dialéctico. De este modo,
“forma absoluta” y “materia absoluta” solo son conceptos
límites, regulativos, pues el tejido de la experiencia
siempre se halla en el intersticio de esos dos conceptos regulativos
límites. Pero mientras la poesía- podríamos decir- trata de elevar
la materia absoluta al nivel de una materia relativa -materia
intervenida por la razón- la filosofía tradicional configuraría la
materia para elevarla al concepto (forma). La experiencia elevada al
concepto y transformada por el concepto es la labor del sistema de
filosofía; la materia intervenida por la razón (en un movimiento
dialéctico que devuelve esa materia intervenida por la razón a su
nivel elemental pero ya enriquecida por ella) sería la función
genérica de la poesía. La experiencia es la materia
intervenida por la razón; la poesía no es sino el reflejo
(estético) de esa experiencia.
8
Toda
palabra supone, pues, una elevación- y por tanto, una (cierta)
modificación- frente a la materia absoluta. De este modo, la
“materia absoluta” solo existe como concepto regulativo, que es
lo mismo que decir que este concepto no tiene contenido real: la
materia absoluta es inaccesible desde el punto de vista
epistemológico, se trata de una pura abstracción, pues todo aparato
subjetivo de conocimiento supone ya, en cuanto mera existencia, una
relación en la que la materia absoluta queda ya siempre transformada
en materia relativa: materia intervenida por los órganos de la
percepción. La cosa en sí kantiana no es solo patrimonio, pues, de
la metafísica, sino también de cierta forma de infra-física, el
dominio de una experiencia más acá de los sentidos y que forma el
magma de la relación entre mundo y percepción. La dialéctica
de la experiencia poética implicaría, en primer lugar, la elevación
de un contenido de experiencia determinado en una clase de discurso o
de formación simbólica; y el intento de la poesía sería, en un
segundo nivel, devolver ese discurso ya enriquecido a su origen
material -esto significa desde luego una tensión desde la visión
puramente filosófica-; para la filosofía, sin embargo, se trataría
de elevar esa experiencia a un dominio problemático, en el que el
concepto forma al tiempo que plantea una serie de interrogantes a la
experiencia. Pero las respuestas se producen únicamente en el
interior del sistema, y lo que interesa es, en todo caso, transformar
la experiencia y traducirla-cuando no solaparla- al dominio
conceptual en el que queda pasto del concepto.