domingo, 19 de mayo de 2013

Notas sobre poesía y experiencia (II)



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Podríamos definir la poesía- según estas indagaciones- como la creación de artefactos sintéticos de la experiencia, y entonces definimos la experiencia como un todo ya dado y no ordenado estructurado simbólica y sensitivamente; frente a ello, la filosofía tradicional consistiría en la creación de artefactos -sistemas- estructurados sobre artefactos más pequeños -conceptos- dados como órganos configuradores de la experiencia (analíticos). En el análisis, diferenciación y configuración de la experiencia procedente del mundo material, se elabora un sistema diferenciado y estructurado en base al concepto como unidad mínima, y al discurso resultante de todo ello lo llamamos discurso filosófico.

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La actitud ante lo real sería el presupuesto subjetivo, el correlato subjetivo de la relación en la que se produce el conocimiento. (Hablamos siempre del conocimiento como de una relación). La actitud sería la determinación -subjetiva- que indica desde el principio el modo en el que se accede al conocimiento. Por tanto, la actitud ante lo real es ya siempre una actitud epistemológica, o, si se quiere, una actitud que lleva en sí una toma de posición epistemológica, una comprensión determinada del ser epistemológico y una preferencia o posición frente a él. Según lo dicho, la actitud del ser poético ante lo real no debería ser la de la interrogación filosófica, ni la de la respuesta a un enigma, sino la de una síntesis del conocimiento como algo ya dado, como un dato completo por sí mismo. Si la filosofía- siempre tradicionalmente entendida, como discurso que inaugura la filosofía griega hasta el propio de la modernidad- accede ya siempre a un mundo incompleto, determinado por el ser interrogativo -incompletud necesaria y a la vez fundamental para la erección del sistema- respuesta propio de la filosofía y del sistema filosófico- la poesía accedería al sustrato de experiencia implícito en el dato de un mundo ya siempre dado- o, si se quiere, a la experiencia del mundo en tanto que sustrato de experiencia- y de ahí su naturaleza sintética. Ahora bien, ello es independiente de la naturaleza problemática del mundo; el hecho de que la poesía se relacione con el mundo como con un dato ya siempre dado, no nos dice nada acerca de la naturaleza ontológica de ese dato; más bien, la poesía asumirá la totalidad de la experiencia dada en el mundo como un dato de naturaleza filosófica problemática, que es lo mismo que decir no resuelta desde el punto de vista filosófico. Pues la síntesis no se ocupa de la resolución del mundo desde una perspectiva filosófica. Por ello, el dato total de la experiencia puede afrontarse como una experiencia incompleta y no solucionada desde un punto de vista estrictamente filosófico, pero como una experiencia en cierto modo unitaria y completa- exenta del enigma en cuanto exenta de la voluntad por resolver un enigma- desde el punto de vista sintético de la experiencia poética.

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Razón filosófica y razón poética son, pues, sujetos de una relación. Como tal, lo real – en sentido amplio- no es sino el producto distributivo de esa relación. Por tanto, el objeto pasivo de esa relación (la materia o lo “real primario”) no es exactamente lo real en su totalidad. Es en el modo de relacionarse con esa materia primaria de la realidad que se distinguirían las naturalezas propias de la razón poética y filosófica. Ambas son, por tanto, forma, y ambas requieren un discurso de segundo orden frente a la realidad primaria. (Introducción de esquema).

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Solo el silencio puede mantener una relación productiva con la materia primaria, que ahora llamaremos materia absoluta. Es por ello que toda razón (poética, filosófica, etc.) siempre se relaciona con una materia ya siempre intervenida de alguna manera por la razón, por el símbolo. A su vez, toda razón está intervenida siempre por la materia, lo que verifica que el mejor método para acercarse a estas relaciones nos lo ofrece el método dialéctico. De este modo, “forma absoluta” y “materia absoluta” solo son conceptos límites, regulativos, pues el tejido de la experiencia siempre se halla en el intersticio de esos dos conceptos regulativos límites. Pero mientras la poesía- podríamos decir- trata de elevar la materia absoluta al nivel de una materia relativa -materia intervenida por la razón- la filosofía tradicional configuraría la materia para elevarla al concepto (forma). La experiencia elevada al concepto y transformada por el concepto es la labor del sistema de filosofía; la materia intervenida por la razón (en un movimiento dialéctico que devuelve esa materia intervenida por la razón a su nivel elemental pero ya enriquecida por ella) sería la función genérica de la poesía. La experiencia es la materia intervenida por la razón; la poesía no es sino el reflejo (estético) de esa experiencia.

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Toda palabra supone, pues, una elevación- y por tanto, una (cierta) modificación- frente a la materia absoluta. De este modo, la “materia absoluta” solo existe como concepto regulativo, que es lo mismo que decir que este concepto no tiene contenido real: la materia absoluta es inaccesible desde el punto de vista epistemológico, se trata de una pura abstracción, pues todo aparato subjetivo de conocimiento supone ya, en cuanto mera existencia, una relación en la que la materia absoluta queda ya siempre transformada en materia relativa: materia intervenida por los órganos de la percepción. La cosa en sí kantiana no es solo patrimonio, pues, de la metafísica, sino también de cierta forma de infra-física, el dominio de una experiencia más acá de los sentidos y que forma el magma de la relación entre mundo y percepción. La dialéctica de la experiencia poética implicaría, en primer lugar, la elevación de un contenido de experiencia determinado en una clase de discurso o de formación simbólica; y el intento de la poesía sería, en un segundo nivel, devolver ese discurso ya enriquecido a su origen material -esto significa desde luego una tensión desde la visión puramente filosófica-; para la filosofía, sin embargo, se trataría de elevar esa experiencia a un dominio problemático, en el que el concepto forma al tiempo que plantea una serie de interrogantes a la experiencia. Pero las respuestas se producen únicamente en el interior del sistema, y lo que interesa es, en todo caso, transformar la experiencia y traducirla-cuando no solaparla- al dominio conceptual en el que queda pasto del concepto.

jueves, 2 de mayo de 2013

Tesis sobre poesía y experiencia (I)



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El poema no “pone” nada sobre la realidad, sino que en función de artefacto sintético, realiza una descripción en el plano intelectual de aquella experiencia sensorial y humana no ordenada antes de su incorporación al concepto. La poesía es entonces síntesis en virtud de ser primero asumpción y descripción de la experiencia, pero no de una experiencia “empírica” en sentido positivista, sino de una experiencia “total” en la que se realiza el contenido futuro de una síntesis intelectual y sensorial. Frente a esta concepción “sintética” de la poesía, la experiencia filosófica tradicional aparecería, inevitablemente, como algo muy distinto de lo que pretende ser. La función tradicional asociada a la poesía -la imaginación, la superación de lo empírico por vía de la unión simbólica que el poeta realiza entre lo humano y lo suprahumano- aparece de este modo como lo propio de la labor filosófica, que mediante la creación del sistema justifica y asume -inconscientemente- la visión romántica y prometeica del genio tradicionalmente atribuida al poeta. El discurso filosófico es un acto de “posición”, un agregado conceptual y creativo que configura lo real, acudiendo para ello a la fuerza artística de la creación.

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La configuración en la labor poética se realiza en un nivel sintáctico. Por el contrario, la configuración semántica del discurso filosófico impone una intervención radical sobre la experiencia como dato bruto, la experiencia como intuición intelectual primordial. El nivel sintáctico de la poesía exige una elaboración que afecta también al significado y función inmediato de las palabras en su uso común, mas ello queda como instrumento de otro fin, que es el fin propiamente dicho de la poesía: servir como artefacto sintético de la experiencia. El acto creativo de la poesía existe solo en su nivel primario, en la elaboración del mundo lingüístico del poema y también del mundo simbólico que ese mundo lingüístico requiere; mas el fin del poema en cuanto “todo estructurado” es de una índole no poética, sino sintética, reproducción de la experiencia como purificación en el nivel de la palabra de la experiencia misma.

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La razón que explica esta renuncia del poema a “poner” un contenido ajeno a lo real dado como experiencia estriba en que ningún poema pretende “resolver” un enigma del mundo mediante una comprensión cabal de su solución que solo sería inteligible propiamente a través de la elaboración de la experiencia por la razón discursiva. Esto no significa en absoluto que el poema sea irracional siempre o que no quepa hallar una racionalidad determinada en la poesía. Pero la poesía no puede pretender construir un mundo inteligible en el que las insuficiencias del mundo real queden abortadas y superadas, como en el sistema filosófico tradicional. Está por ver en qué medida las antiguas epopeyas griegas podrían servir como sucedáneo de lo que luego han significado los sistemas filosóficos, de Descartes hasta Hegel. Quizás la tragedia griega ejemplificase mejor esa conservación de la insuficiencia y complejidad de lo real que Homero, en la medida en que los enigmas del mundo material quedaran no solo irresueltos conceptualmente, sino además amplificados mediante su incorporación al mito o al símbolo.

(Podríamos preguntarnos si lo que encontraba el griego en la sabiduría de la poesía antigua era una totalidad sistemática bien construida – a nivel simbólico, no necesariamente a nivel conceptual- en la que se resolviesen las insuficiencias o irracionalidades del mundo material, y no más bien un conocimiento sintético que asumiese la experiencia sin proceder a violentarla- como sí hace, al contrario, el sistema filosófico a través de la construcción del concepto-. Si ese fuera el caso, el mito aparecería no como la infancia del concepto o la razón ( el tradicional paso del mito al logos)- sino como su opuesto, en el sentido preciso de que exige una racionalidad de lo real distinta de la filosófica y toma una actitud distinta que ésta ante la realidad de la experiencia.)