La
estación X-27- cercana a Próxima Centauri- navega a la deriva a
través del espacio interestelar. A dos años luz, la máquina de
abasto nuclear T-80, último criadero de la especie humana, comienza
también a mostrar fallos preocupantes. 'Hemos escapado al destino
fatal'- dijo una vez el antepasado terrestre, pletórico de energía
y éxtasis- pero, doce mil años más tarde, el destino fatal ha
encontrado de nuevo a sus descendientes, aunque fuera del planeta que
les dio la vida. En estos doce mil años, han sido muchos los Ícaros,
los Prometeos y los Odiseos que han descubierto nuevas estrellas,
luchado contra tormentas interestelares, meteoritos asesinos y otros
peligros cósmicos. Pero sus descubrimientos no han traído con ello
el olor a la vida, sino solo rastros inertes que despliegan su
materia inconsciente a lo largo y ancho de la eternidad. El destino
ya alcanzó de hecho al ser humano doce mil años antes- ellos no lo
saben todavía, quizá no lo sepan jamás- cuando aún vivía sobre
la tierra. La larga pero estéril travesía a través de los eones
intergalácticos no ha supuesto ninguna salvación, sino tan solo una
prórroga a manera de purgatorio cósmico. La estación X-27, última
esperanza de reproducción, es absorbida finalmente por una órbita y
desaparece en mil pedazos. La máquina de abasto se pudre poco a poco
y se pierde silenciosamente en el enjambre estelar. Ni un alma será
testigo de este silencio, tan definitivo para la raza humana como
frívolo para sus vecinos de hidrógeno y helio. Nadie asistirá a
este funeral galáctico, ni tan siquiera los dioses o sus angelicales
sirvientes.
jueves, 31 de marzo de 2016
lunes, 28 de marzo de 2016
La mesa del cirujano
Ante
la mesa del cirujano, descansa el cuerpo ahora sumido en óxido
nitroso. Para que el cirujano pueda operar, se exige como es natural
la presencia del cuerpo al que se le va a realizar la intervención.
El paso de un estado a otro- se puede imaginar la transformación del
agua en hielo, o del agua en vapor- no niega sin embargo la quididad,
la realidad de lo ente antes de su transformación: el cuerpo sedado
delante del cirujano es una realidad patente, en concreto es la
realidad dada antes de su proceso de transformación- de
intervención activa por parte del médico-. Así podemos entender
qué significa la investigación de la verdad por parte del
científico o el filósofo solitario cuando conciben su propia
búsqueda como la búsqueda de una entidad objetiva más allá -o más
acá- de la acción humana; esa búsqueda está dirigida a examinar
la superficie del cuerpo dormido de la realidad, mas nunca a
transformar – como sí sucede en el trabajo del cirujano- la
esencia de esa realidad, de ese cuerpo. La presencia del cirujano lo
transforma todo: él mismo es ya un elemento de distorsión en el
equilibrio de la naturaleza, en lo que perteneciente a la naturaleza
garantiza la identidad de una realidad; al intervenir sobre lo real,
multiplica los estados y procesos de lo real, adelantando sus
devenires naturales o mitigando sus fuerzas interiores: como en la
refracción de la luz, el rayo simple y unívoco deviene en mil
pedazos de distinto color, en mil trayectorias de pronto abiertas
ante lo que era sólido como una piedra. El cirujano, el agente
activo involucrado en la investigación y transformación de lo real
dado, es un multiplicador de lo ente, un prisma a través del cual la
materia adquiere nuevas propiedades, nuevas refracciones, inéditas
perspectivas y nuevos futuribles. En todo ello no se niega la
realidad como algo dado y ante lo que cabe tomar nota- todo lo
contrario-; es preciso atender a esa presencia y a sus signos más
inmediatos y más profundos para realizar la incisión correcta; la
realidad absoluta del cuerpo dado es también la que garantiza sus
múltiples y futuras transformaciones y sus posibilidades y sentidos.
El cirujano sabio conoce esto, y por eso puede preveer algunos de sus
éxitos. Pero toda intervención tiene sus riesgos; también el
cuerpo puede sangrar y perder la vida. No se puede separar al
cirujano del alquimista, del revolucionario, del argonauta, del
buceador y del espíritu audaz: el contacto es posible, aunque no
todo contacto garantice el encuentro de un camino feliz y superior.
sábado, 5 de marzo de 2016
Argonautas ( de 'Mythica lemniscata', vol I)
Un
hilo muy fino une al marxista y al revolucionario con el filósofo;
no sabemos si porque en todo filósofo hay oculto un revolucionario o
porque el revolucionario debe postularse como filósofo si quiere dar
sentido y dirección a su revolución. Pero sobre todo están unidos
por fundar su tarea en torno a una resistencia, una bestia
negra casi omnipotente- y aquí es el casi lo fundamental- en
torno a la cual, como pájaros al acecho, se reúnen una y otra vez
los discípulos de Platón y los de Marx; la importancia de esta
bestia, de este insobornable obstáculo, es tal que define de
hecho el espacio y el tiempo, la ética y la metafísica de las
labores de estos discípulos; la tensión entre la resistencia y la
fuerza que se le opone producen la identidad del filósofo y del
revolucionario- en el filósofo, es la tensión hacia el concepto,
hacia la Idea; en el revolucionario, la oposición permanente hacia
la bestia negra del Capital, todopoderoso animal que ocupa casi todo
el espacio existente y pensable. En el 'casi', en la miseria
ontológica que, a la manera de residuo, deja la bestia Idea-Capital
a su paso, se fraguan todas las estrategias, las artimañas, las
tácticas, los repliegues, las teorías y la clase de conceptos que,
como atizadores en la leña, harán saltar por los aires las entrañas
de la Bestia; es un espacio muy pequeño, casi inexistente, y sin
embargo de una importancia extrema: pues es en esa pequeña brecha
donde tendrán que vivir el filósofo y el revolucionario. No hay
otros campos de lucha, ni siquiera desde la potencia desnuda del
concepto, que se puedan permitir estos excavadores insaciables de lo
imposible en las entrañas de lo posible-pues no de otro lugar se
puede extraer lo imposible-. Entre Platón y Marx, entre el fundador
de la Idea-concepto y el iconoclasta filosófico, hay un vínculo
oculto, una necesidad solo confesable a medias, cuando no negada. El
filósofo del Bien ha de concebir toda una procesión de movimientos
de la inteligencia que le lleven a la sagrada contemplación,
percepción que no obstante no pertenece a los frutos de la vida- la
muerte socrática como apertura a la verdad- sino al dominio del
Inframundo; despedazado en dos por el problema del Uno- divina
paradoja- y de su realización en el cuerpo mundano, el filósofo
Platón introduce sus hilos de pesca en un océano del que ya no
puede salir; la Bestia es más grande de lo que parecía. Con tanta
fruición como desesperación, el estratega revolucionario compara y
mide el tiempo real con el tiempo ideal, las coordenadas locales con
las universales, a fin de dar la estocada en el lugar más débil de
la Bestia; una y otra vez el perro infernal caerá bajo los estoques
certeros del analista, pero una y otra vez este perro, transmutado,
duplicado, resucitado en suma, reaparecerá exigiendo el poder que le
corresponde; también el marxismo tendrá su hora negra y su
'Sofista'. Hay que regresar a los cuarteles de Invierno, comenzar de
nuevo- en filosofía, como en la teoría de la revolución, siempre
hay que comenzar de nuevo- y preparar la nueva estrategia. La sombra
de la Bestia es alargada; el filósofo y el revolucionario -maldición
escrita en fuego- siempre han vivido bajo ella.
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