En el mercado,
o bajo el duro asfalto,
la piel erizada de un mendigo
de labios brillantes
y morados.
Como la fruta que se vende
enfrente suyo.
La palabra es solo excepción
entre los actos de los hombres
y de las mujeres,
la estancia de reposo
que permite sanar
los músculos cansados.
Pero tampoco es siempre
sinónimo de hogar.
Este mendigo no quiere
palabra alguna
-menos aún la de aquellos
que pontifican desde parlamentos
u otros templos indignos-
sino aquella fruta morada
que pide una comunión
exacta con sus labios.
La palabra es excepción,
deberíais saberlo.
Lo necesario visita
-casi siempre-
mercados silenciosos.