Ante
la mesa del cirujano, descansa el cuerpo ahora sumido en óxido
nitroso. Para que el cirujano pueda operar, se exige como es natural
la presencia del cuerpo al que se le va a realizar la intervención.
El paso de un estado a otro- se puede imaginar la transformación del
agua en hielo, o del agua en vapor- no niega sin embargo la quididad,
la realidad de lo ente antes de su transformación: el cuerpo sedado
delante del cirujano es una realidad patente, en concreto es la
realidad dada antes de su proceso de transformación- de
intervención activa por parte del médico-. Así podemos entender
qué significa la investigación de la verdad por parte del
científico o el filósofo solitario cuando conciben su propia
búsqueda como la búsqueda de una entidad objetiva más allá -o más
acá- de la acción humana; esa búsqueda está dirigida a examinar
la superficie del cuerpo dormido de la realidad, mas nunca a
transformar – como sí sucede en el trabajo del cirujano- la
esencia de esa realidad, de ese cuerpo. La presencia del cirujano lo
transforma todo: él mismo es ya un elemento de distorsión en el
equilibrio de la naturaleza, en lo que perteneciente a la naturaleza
garantiza la identidad de una realidad; al intervenir sobre lo real,
multiplica los estados y procesos de lo real, adelantando sus
devenires naturales o mitigando sus fuerzas interiores: como en la
refracción de la luz, el rayo simple y unívoco deviene en mil
pedazos de distinto color, en mil trayectorias de pronto abiertas
ante lo que era sólido como una piedra. El cirujano, el agente
activo involucrado en la investigación y transformación de lo real
dado, es un multiplicador de lo ente, un prisma a través del cual la
materia adquiere nuevas propiedades, nuevas refracciones, inéditas
perspectivas y nuevos futuribles. En todo ello no se niega la
realidad como algo dado y ante lo que cabe tomar nota- todo lo
contrario-; es preciso atender a esa presencia y a sus signos más
inmediatos y más profundos para realizar la incisión correcta; la
realidad absoluta del cuerpo dado es también la que garantiza sus
múltiples y futuras transformaciones y sus posibilidades y sentidos.
El cirujano sabio conoce esto, y por eso puede preveer algunos de sus
éxitos. Pero toda intervención tiene sus riesgos; también el
cuerpo puede sangrar y perder la vida. No se puede separar al
cirujano del alquimista, del revolucionario, del argonauta, del
buceador y del espíritu audaz: el contacto es posible, aunque no
todo contacto garantice el encuentro de un camino feliz y superior.
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