'Mirábamos
con desprecio los mil picachos, los diez mil ríos', dice en un poema
el argonauta Mao-Tse Tung. Se trata de un ánimo increíble ante la
agonía sin fin de la Larga Marcha: 'vencido el último desfiladero,
sonreían los tres ejércitos'. El Helesponto o el nudo gordiano son
solo trámites en el objetivo de aquellos empeñados en quebrar los
límites de lo posible. Las cuerdas de la materia tiemblan en sus
fundamentos cuando el atizador se blande con valentía sobre ellas.
Es la sabiduría de Virgilio 'la fortuna favorece a los valientes',
pero también la capacidad de ver lo oculto tras la niebla, la
esencia bajo la engañosa rotundidad de la apariencia. 'Todo es caos
bajo las estrellas; la situación es inmejorable', dice también Mao,
hablando sin duda en su lenguaje marxista-leninista, pero en cuya
prosa asoman también los destellos de una de las fuerzas más
poderosas de la actividad humana: la capacidad de rebelarse contra lo
dado, la intuición de que una más elaborada, perfecta y justa
expresión de la materia aguarda bajo el velo del presente. Es el
epos del que ni siquiera puede descolgarse un materialismo con
implicaciones prácticas y emancipatorias; lo vemos tanto en el
filósofo que lucha por desarmar los poderes de la muerte en su
buhardilla solitaria –'la naturaleza debe quemarse como el áve
fénix para aparecer como espíritu' (Hegel)-como en el marxista que
se levanta contra los
poderes demiúrgicos del Capital- ambas son luchas atravesadas por la
lanza de lo que puede llamarse 'metafísico', si por tal entendemos
una fuerza, una potencia, que trabaja por incrementar los poderes
y virtudes de la materia-a fin de hacer visible lo invisible,
vivo lo que de forma inmediata se nos aparece inerte, significativo
lo que por sí solo está destinado al abismo del sinsentido y la
locura: 'todo es caos bajo las estrellas, la situación es
excelente'. Quien ahí habla no es solo un dirigente o un estratega,
sino un lector de la materia, de sus duplicidades, riesgos,
posibilidades, debilidades y fortalezas: un lector que quisiera realizar -a toda costa- su traducción más excelente.
martes, 23 de febrero de 2016
sábado, 20 de febrero de 2016
Día de Muertos (fragmento)
'Mezcal',
dijo el cónsul, pero en realidad, lo que el cónsul- y su demiurgo,
Malcolm Lowry- querían pedir de verdad no era una copa, sino un
pasaje a la verdad; a través de la transfusión alcohólica Lowry
busca lo que también busca el chamán, el místico o el filósofo
sincero; el mezcal y el whisky se convierten en piedras mágicas que
facilitan el viaje, el Encuentro: aquí no hay enfermos alcohólicos,
sino psiconautas, filósofos que utilizan la intoxicación como medio
de alcanzar la verdad última de la materia y de la carne. A menudo,
estos métodos son peligrosos, pues es precisa una sabiduría
especial para poder dominarlos; el viaje puede ser como el de Ícaro,
de un solo día, de una sola hora. El cónsul equivoca el destino y
se pierde en este viaje, como tantos otros psiconautas; el descenso
de Geoffrey desde la boca del volcán a su estómago es el resultado
de la toma de un riesgo inevitable, que se halla siempre en la
decisión de aquel que tiene contacto con los enteógenos. Quizá
también la propia pérdida forme parte de la experiencia de la
verdad, y quizá la vivencia pacífica sea un tránsito entre nieblas
cuyo fin verdadero no sea otro que el del Infierno. Quién sabe en
qué secuencia se administran, en los mundos psilocíbicos, las
entidades benignas y malignas, los monstruos y los éxtasis, los
orgasmos y los dolores infernales; desconociendo el Orden último de
lo real, quedan nuestras vivencias tergiversadas, nuestras formas
conscientes no siempre útiles para descifrar su lenguaje. Al lado
del cadáver del cónsul, en en la barranca, alguien arroja un
perro muerto. Quizá no sea otro que el mismísimo Cerbero.
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