-'Muerdes
la mano
que te
da de comer'-
-le
dijo-
pero
esta vez
no
había mano que comer
sino
tan solo un hueso
o ese
sueño vacío
del
que se alimentan los pobres
-que
es también
el
sueño vacío del hambre-
una
semilla que invoca
su
fruto
con el
único deseo que es superior
al de
los amantes:
el
deseo de pan.
Se le
vio una vez más
-la
última-
en el cementerio,
junto
a unos lirios
en
ofrenda por aquella mano
dadivosa,
que
guardaría para sí
-y
para siempre-
las
cenizas
de su
mítica abundancia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario