Es innegable
el protagonismo del viento
en la meseta.
Pero el viento tan solo ocupa
la tierra de aquel otro
que acaso debiera habitar,
respirar,
en un espacio ahora restringido
por los ángeles eólicos.
Es así como el viento
no es sino un parásito,
que brota allí
donde la respiración humana
se extingue y cesa.
Quien sin embargo habita
junto al viento
-no puede ser de otro modo-
no es sino sombra suya:
acaso la carne donde aquel
ha elegido
su venida a la materia.
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