¿Quién diría que el
ángel
de la última trompeta
no llevaría un libro
sagrado
entre sus brazos?
Así lo soñó Stefan.
Extraño muchacho,
Stefan.
Extraño hombre,
Stefan.
En la clase juega con un
cubo
mientras los demás
concentran
sus mentes aún suaves
en el infierno de las
matemáticas.
Extraño muchacho,
Stefan.
Solo él pudo soñar
con un fin que nunca
perteneció
a este siglo.
Su padre era un burócrata
sin escrúpulos
y su madre una doncella
loca y amantísima.
Él era el protagonista
de un tiempo pacífico
y vacío,
¿No es así como se
sienten
los océanos?
Decía,
gemía,
con dolor ante su padre.
Pacífico y vacío.
Atrás quedaron las
ballestas,
el plomo, la suciedad
y los actos tan heroicos
como dolorosos.
¿Qué fue del Ejército
Rojo?
Suspiraba Stefan.
Extraño muchacho,
Stefan.
Nació en una familia
acomodada
lejos ya del clamor de la
guerra
y de las grandes amenazas
-el anuncio del átomo
hecho carne-
y se avecinaba entonces
un tiempo pacífico y
vacío.
Pero Stefan no cesa
de pensarlo.
No, no en nuestro siglo.
Pero Stefan no cesa
de pensarlo.
Se levantan los fusiles
en Crimea.
Una bandera ondea
como si fuera su primera
vez.
Así lo sueña Stefan.
Pero nadie lo entiende.
¿No han muerto ya los
dioses?
Así lo soñó Stefan.
¿Quién diría que el
ángel
de la última trompeta
no llevaría un libro
sagrado
entre sus brazos?
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