La ortiga que
envenena
los élitros azules
del insecto
o los vórtices del
viento
que golpean los
nidos
de las aves en los
techos
llevándose lo más
preciado
-los hijos-
y tú en medio
de un lado a otro
no has querido
comprender
que ése, tu hermano
-mineral,
olivo o serpiente-
está encadenado a
ti
con el rigor de una
ley
escrita en las
estrellas
y que has de
adivinar
-como decía
Lichtenberg-
tu destino en el
movimiento
de un insecto
la ley de la materia
en el temblor de los
olivos.
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