miércoles, 27 de enero de 2016

Cuadratura del círculo

Son dos muchachos en la hora del recreo; uno de ellos amenaza al otro, lo hiere incluso. El más débil intenta huir, pero de nuevo su enemigo lo caza y lo somete a su propia concepción de la violencia. Esta escena se repite un día tras otro; a veces se trata de la sustracción del bocadillo, otras veces del agravio, el insulto o el abuso, casi siempre la humillación de la víctima inocente como elemento constante. Entonces llega un día que queda grabado en la memoria del hooligan: la víctima, desquiciada, lanza una amenaza que truena en el cielo, como una profecía apocalíptica: 'un día cogeré una escopeta y te mataré'. Al día siguiente se reactivan las palizas, las humillaciones, la persecución sin fin. Pero la época escolar se termina, se sucede la adolescencia, los devenires se bifurcan en mil laberintos traviesos e imposibles y todo aquello queda relegado al baúl de los recuerdos polvorientos. Muchos años después, casi una eternidad, vemos almorzando al hooligan en una pequeña terraza de un pueblo tranquilo. A su lado, sus dos hijas; enfrente, su mujer de cabellera rubia y senos prominentes. Es una tarde de verano soleada y radiante. Pero no por mucho tiempo; un nubarrón se interpone en la contemplación dominical regada por un poco de cerveza y marisco. Suena el gatillo. El metal se posa sobre la nuca como un hielo impasible. Luego vienen los gritos, la sangre, los niños aterrorizados huyendo hacia el vacío. La profecía se ha cumplido, han sonado las trompetas; el indomable devenir, una vez preso de sus propios delirios, curvas, imperfecciones y caprichos, retorna ahora con los rigores de la ley hacia su propio origen, hacia su propio destino: por fin el círculo se cierra.

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