Y es así como se comunica
un cuerpo con el otro:
el de aquella extraña cavidad
que alberga mundos
y el de esta lámina sustraída
a una encina mutilada.
O lo que es lo mismo:
los ojos de Prometeo en el papel.
Pero es mejor así,
que no exista comunicación.
Dejemos que aquellos mundos
permanezcan en su cueva ósea
y que la piel del árbol,
vieja excreción del pergamino,
conserve su mutismo
y su vacío sin mácula.
En otras palabras,
amigos:
renunciad
a la tentación de la escritura.
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