Decía
Adorno, en su monumental Teoría Estética, que el arte y
las obras de arte son no sólo arte, sino también algo ajeno,
contrapuesto al arte. Con el propio concepto de arte está mezclado
el fermento que lo suprime. También
Terry Eagleton, en su no menos monumental Estética como
ideología, decía que lo
estético constituye tanto una vuelta creativa a la corporalidad como
la inscripción en ese cuerpo de una ley sutilmente opresiva;
representa, por tanto, un interés liberador por la particularidad
concreta; por otro, una forma engañosa de universalismo. ¿Nos
podrá entonces decir algo este concepto anfibio-
en expresión de Eagleton- del arte sobre el papel y personalidad del
artista en su trabajo? ¿Podremos trabajar con estas investigaciones
a fin de conocer un poco más la personalidad del artista en función
de los problemas y tensiones en los que el artista ha de verse
involucrado?
Es
evidente que la tensión que caracteriza al arte ha de influir en el
propio artista, de modo que el artista mismo pueda concebirse como un
sujeto in mezzo de la
tensión. En efecto, el escultor, el poeta o el dramaturgo no
escriben o realizan sus obras para sí mismos, sino que tienen en
mente un diálogo con el receptor de su trabajo. Se ha hablado mucho
sobre la función del lector y la interpretación activa en la propia
constitución de la obra. Pero también es evidente que este diálogo
entre lector- en el caso de la poesía, por ejemplo- y el autor se
establece sui generis,
de una forma muy concreta que pone en cuestión nuestras creencias
habituales y normativas sobre lo que debe ser un diálogo. Pongamos
el caso de la filosofía. La filosofía se ocupa de cuestiones
universales, en el
sentido muy preciso de que el diálogo abierto establecido por los
filósofos estriba en invocar a todas las personas a un espíritu
común, la idea general, de la cual todo ser inteligente puede
participar. Es así como la filosofía, entendida en sentido
platónico y socrático, es un acto comunista:
se trata de que todo ser humano pueda participar de una idea general
en igualdad de condiciones, sin prevalencias o privilegios
determinados. Mediante la puesta en cuestión de lo admitido a través
de la tradición – las leyes de la ciudad en el caso griego- o la
cultura concreta de un pueblo, se establecen las condiciones de
partida para comenzar a construir, en común, el estatuto de la
realidad. Sócrates pone en cuestionamiento lo aceptado como medio de
comenzar a participar, desde el principio, en la investigación común
de una realidad común. El ágora es un lugar abierto a plena luz del
día en el que se democratiza el espíritu a través de la
participación universal de todo ser racional en el común de las
ideas. El único criterio elitista que permanece es el del mejor
razonamiento.
Muy
distinto es el caso del poeta. El escritor establece un diálogo con
el lector, en efecto. Pero lo hace desde unas condiciones elegidas
de antemano por él- él dicta
el terreno en el que se va a establecer el diálogo: un terreno
dibujado por la elección concreta de sustantivos, adjetivos y
metáforas, que dibujan el cordón y las fronteras de su campo
elegido. Es ahí, en el interior de esos límites precisos, que el
autor invoca al lector para su diálogo deseado. Pero es evidente que
este diálogo ya no es universal. El autor ha creado las condiciones
del diálogo y, con ello, un mundo posible.
En cuanto creador de mundos, el poeta está por encima del lector
mortal. El poeta-tirano somete al lector a sus condiciones, al
hábitat dirigido conscientemente por sus palabras, de modo que el
lector se enfrenta a un mundo extraño en el que es recibido como
invitado de excepción. El poeta abre sus dominios y lo primero que
tiene que hacer el lector es sentirse agradecido por dejarle penetrar
en su mundo. El diálogo establecido ya no es, como en el caso de la
filosofía, un ágora abierto a plena luz del día en el que se
invoca la generalidad del mundo común, sino el castillo de cristal
envarado en la particularidad en el que el lector campa con tiento y
cuidado.
Ahora
bien, existen dos actitudes al respecto. El poeta puede elegir
envarar su recinto y sellarlo a fin de hacerlo impenetrable- pienso
ahora en Celan o en Mallarmé- o puede abrirlo al público e intentar
superar esa particularidad que representa la iniciativa privada de su
obra para acceder a un común distinto del de la generalidad de las
ideas. Es decir, el poeta puede plantear su obra como una expresión
o una respuesta diversa a la pregunta general del común. De la misma
manera que han existido filosofías cuya tendencia esencial ha sido
la de formar el sistema a la manera de un recinto sellado- Hegel,
Schelling-y de ese modo acercarse portentosamente a la esfera de la
poesía, es posible suponer una tendencia esencial en determinada
poesía cuyo objetivo sea recuperar la esfera común y romper con su
propio origen narcisista y egocéntrico. Este razonamiento nos
conduce, de forma inevitable, a la postulación indirecta de una
poética, cosa que no podemos desarrollar aquí. Pero nos abre
también a la conciencia de que, si bien la poesía puede
auto-dirigirse tendencialmente hacia un objetivo ideal, no ha de
perder de vista que su magma es la tensión, una tensión que se
establece entre el carácter creativo de su obra y la necesidad de
tender hacia el universal y el común propio del mundo en el que
habita. Es bajo este prisma que se puede concebir una poética, sin
anular la necesaria tensión en la que todo autor debe por necesidad
encontrarse.
En
efecto, el poeta busca la universalidad a través de la agudización
de su particularidad; busca el diálogo a través de una negación
del diálogo. Como recordaba Adorno, el arte solo se produce con lo
contrapuesto al arte. Toda concepción del arte como la armonía por
excelencia- pienso en las tesis de Schopenhauer- es absolutamente
falsa. El arte no reconcilia, pues el arte en cuanto reflejo de unas
condiciones materiales y sociales siempre incompletas, es la
consecuencia de actos incompletos, movimientos entre distintos polos
y tensiones en desarrollo. A partir de esta conciencia, podemos
pensar una poética distinta, un modo distinto de comprender la
poesía y el arte en general, en el que estos puedan comunicarse con
el terreno de las ideas comunes a través de la ampliación y la
extensión de ese terreno hacia otras formas de pensamiento no
meramente discursivas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario