domingo, 23 de junio de 2013

Anfibología creativa. Sobre la contradicción en el arte.


Decía Adorno, en su monumental Teoría Estética, que el arte y las obras de arte son no sólo arte, sino también algo ajeno, contrapuesto al arte. Con el propio concepto de arte está mezclado el fermento que lo suprime. También Terry Eagleton, en su no menos monumental Estética como ideología, decía que lo estético constituye tanto una vuelta creativa a la corporalidad como la inscripción en ese cuerpo de una ley sutilmente opresiva; representa, por tanto, un interés liberador por la particularidad concreta; por otro, una forma engañosa de universalismo. ¿Nos podrá entonces decir algo este concepto anfibio- en expresión de Eagleton- del arte sobre el papel y personalidad del artista en su trabajo? ¿Podremos trabajar con estas investigaciones a fin de conocer un poco más la personalidad del artista en función de los problemas y tensiones en los que el artista ha de verse involucrado?

Es evidente que la tensión que caracteriza al arte ha de influir en el propio artista, de modo que el artista mismo pueda concebirse como un sujeto in mezzo de la tensión. En efecto, el escultor, el poeta o el dramaturgo no escriben o realizan sus obras para sí mismos, sino que tienen en mente un diálogo con el receptor de su trabajo. Se ha hablado mucho sobre la función del lector y la interpretación activa en la propia constitución de la obra. Pero también es evidente que este diálogo entre lector- en el caso de la poesía, por ejemplo- y el autor se establece sui generis, de una forma muy concreta que pone en cuestión nuestras creencias habituales y normativas sobre lo que debe ser un diálogo. Pongamos el caso de la filosofía. La filosofía se ocupa de cuestiones universales, en el sentido muy preciso de que el diálogo abierto establecido por los filósofos estriba en invocar a todas las personas a un espíritu común, la idea general, de la cual todo ser inteligente puede participar. Es así como la filosofía, entendida en sentido platónico y socrático, es un acto comunista: se trata de que todo ser humano pueda participar de una idea general en igualdad de condiciones, sin prevalencias o privilegios determinados. Mediante la puesta en cuestión de lo admitido a través de la tradición – las leyes de la ciudad en el caso griego- o la cultura concreta de un pueblo, se establecen las condiciones de partida para comenzar a construir, en común, el estatuto de la realidad. Sócrates pone en cuestionamiento lo aceptado como medio de comenzar a participar, desde el principio, en la investigación común de una realidad común. El ágora es un lugar abierto a plena luz del día en el que se democratiza el espíritu a través de la participación universal de todo ser racional en el común de las ideas. El único criterio elitista que permanece es el del mejor razonamiento. 


Muy distinto es el caso del poeta. El escritor establece un diálogo con el lector, en efecto. Pero lo hace desde unas condiciones elegidas de antemano por él- él dicta el terreno en el que se va a establecer el diálogo: un terreno dibujado por la elección concreta de sustantivos, adjetivos y metáforas, que dibujan el cordón y las fronteras de su campo elegido. Es ahí, en el interior de esos límites precisos, que el autor invoca al lector para su diálogo deseado. Pero es evidente que este diálogo ya no es universal. El autor ha creado las condiciones del diálogo y, con ello, un mundo posible. En cuanto creador de mundos, el poeta está por encima del lector mortal. El poeta-tirano somete al lector a sus condiciones, al hábitat dirigido conscientemente por sus palabras, de modo que el lector se enfrenta a un mundo extraño en el que es recibido como invitado de excepción. El poeta abre sus dominios y lo primero que tiene que hacer el lector es sentirse agradecido por dejarle penetrar en su mundo. El diálogo establecido ya no es, como en el caso de la filosofía, un ágora abierto a plena luz del día en el que se invoca la generalidad del mundo común, sino el castillo de cristal envarado en la particularidad en el que el lector campa con tiento y cuidado.

Ahora bien, existen dos actitudes al respecto. El poeta puede elegir envarar su recinto y sellarlo a fin de hacerlo impenetrable- pienso ahora en Celan o en Mallarmé- o puede abrirlo al público e intentar superar esa particularidad que representa la iniciativa privada de su obra para acceder a un común distinto del de la generalidad de las ideas. Es decir, el poeta puede plantear su obra como una expresión o una respuesta diversa a la pregunta general del común. De la misma manera que han existido filosofías cuya tendencia esencial ha sido la de formar el sistema a la manera de un recinto sellado- Hegel, Schelling-y de ese modo acercarse portentosamente a la esfera de la poesía, es posible suponer una tendencia esencial en determinada poesía cuyo objetivo sea recuperar la esfera común y romper con su propio origen narcisista y egocéntrico. Este razonamiento nos conduce, de forma inevitable, a la postulación indirecta de una poética, cosa que no podemos desarrollar aquí. Pero nos abre también a la conciencia de que, si bien la poesía puede auto-dirigirse tendencialmente hacia un objetivo ideal, no ha de perder de vista que su magma es la tensión, una tensión que se establece entre el carácter creativo de su obra y la necesidad de tender hacia el universal y el común propio del mundo en el que habita. Es bajo este prisma que se puede concebir una poética, sin anular la necesaria tensión en la que todo autor debe por necesidad encontrarse.


En efecto, el poeta busca la universalidad a través de la agudización de su particularidad; busca el diálogo a través de una negación del diálogo. Como recordaba Adorno, el arte solo se produce con lo contrapuesto al arte. Toda concepción del arte como la armonía por excelencia- pienso en las tesis de Schopenhauer- es absolutamente falsa. El arte no reconcilia, pues el arte en cuanto reflejo de unas condiciones materiales y sociales siempre incompletas, es la consecuencia de actos incompletos, movimientos entre distintos polos y tensiones en desarrollo. A partir de esta conciencia, podemos pensar una poética distinta, un modo distinto de comprender la poesía y el arte en general, en el que estos puedan comunicarse con el terreno de las ideas comunes a través de la ampliación y la extensión de ese terreno hacia otras formas de pensamiento no meramente discursivas.

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